
En la convivencia diaria dentro de una familia, los hijos aprenden dentro de ese núcleo dos cuestiones básicas para la vida: trabajar y convivir. Si en la propia familia no se aprende esto, no habrá institución que pueda enseñarlo.
Cuando no hay convivencia familiar, la vida es casi imposible; privación que desafortunada mente puede trascender a otros ámbitos más allá de los personales, como el laboral, donde un empleado que no sabe convivir, poco a poco se va cerrando las oportunidades.
ACEPTACIÓN
Lo más sensato es aprender a vivir con lo que tenemos y con lo que somos. Esto consiste en aceptar a las personas con sus cualidades, posibilidades y limitaciones. Esta aceptación nos la proporcionan los demás en la convivencia, pero preferentemente de manera inicial y estable, la familia. Nadie puede aceptarse a sí mismo si antes no ha sido aceptado por su propia familia.
Aceptar a los hijos es lo que permite ser padre o madre; por el contrario, el distanciamiento y el considerar a los niños como un estorbo hace difícil que éstos se acepten a sí mismos. Para propiciar la aceptación subraya todo lo que tu hijo haga bien y no lleves la cuenta de lo que hace mal; date tiempo para escucharlo y convive con él.
El hijo que no se siente comprendido incondicionalmente puede experimentar amargura, que se traduce en la imposibilidad de aceptarse a sí mismo.
QUERER...
La principal elección de la familia es querer convivir. Pero no como una exigencia sino como una opción que brinde cada uno a los demás. No exigir que los demás convivan al ritmo de uno solo, sino acomodarse todos a las necesidades y ritmos de los demás.
En algunas familias aunque se quiera, no se puede convivir: la presencia del amargado permanente, de un hijo enganchado en la droga, de agresividades constantes o de desamor entre los esposos son problemas que, involuntariamente, pero de manera sistemática y eficaz, van destruyendo la convivencia, hasta llegar a amenazar la supervivencia de la familia.
...ES PODER
Convivir es un arte y los padres que tienen la sensibilidad para hacerlo, crean el estilo de familia y de lenguaje que enseña los comportamientos de la convivencia como son:
Vivir con los hijos. Estar con ellos en el tiempo, en los espacios, en las palabras y en los logros.
Compartir circunstancias y experiencias. Hay que ser sensibles y justos ante las aportaciones de cada miembro de la familia.
No sembrar la guerra de palabras. No se debe criticar, comparar o ser indiscreto.
Favorecer los ritmos de encuentro. El diálogo y las conversaciones de sobremesa son importantes; para esto es fundamental reducir las horas frente a la televisión, la computadora y el teléfono.
Convivir en armonía. Vivir con gusto con una persona cercana a nosotros es más una opción que un deber (que también lo es), pero es algo que se aprende tanto a través de las experiencias positivas, como de las desafortunadas.
El respeto a la intimidad. Sólo se crea un clima agradable de convivencia cuando cada uno puede disponer de un pequeño espacio para su intimidad.
Aprender a estar juntos. Cohabitar de forma agradable es un arte que sólo se aprende con experiencias satisfactorias de compatibilidad.
EL PODER DE LA PALABRA
Enseña a tus hijos a conversar, pues las personas con más capacidad para la convivencia son aquellos que saben dialogar. Y es que las palabras son las herramientas para coordinar acciones en la familia y en el trabajo, y también sirven para compartir ideas, necesidades y sentimientos.
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