sábado, 16 de febrero de 2013

Al despertar

Esta mañana, justo al despertarme, apenas unos segundos después de despegar los párpados y darle la bienvenida a la incómoda primera luz del día, me ha asaltado una duda: ¿Cómo sería mí vida sin la gente que me rodea?


Puro azar, ese es el mecanismo por el que empezamos a formar parte de una familia. De una cantidad de personas que nos ofrecen su apoyo, comprensión y ayuda desde el primer instante de nuestra vida. Esas personas que, cuando nuestra conciencia aún permanecía dormida se desvivían por hacernos esbozar una sonrisa y no se frustraban al recibir un llanto emergido de nuestra desconfianza.

La familia son todas esas personas que comparten contigo los momentos más felices de tu vida, las celebraciones más importantes a la par que se derrumban contigo en tus peores momentos. Es la gente que te ha tocado por mero y puro azar y a la que has aprendido a querer gracias al cariño recibido. Son una pieza indispensable e imprescindible en nuestra vida, los seres que te han dado la vida y los que han sabido cuidarte y desvivirse por ti cuando todavía eras un ser indefenso ante el mundo.

Me he percatado esta mañana, cuando mis ojos ya se habían acostumbrado a la luz del sol y me había incorporado para seguir reflexionando, que el corazón es una pieza dividida en mil pedazos.

Pedazos de nuestro corazón son todas aquellas personas a las que decidimos entregarles, de forma voluntaria, nuestra dedicación, nuestra confianza, nuestro apoyo y nuestra comprensión. Son trocitos de nuestro corazón, unos más grandes y otros más pequeños, pero todos ellos forman la pieza clave para que podamos ser felices.

Son todas esas personas que si no existieran dejarían un vacío en tu corazón. Todas esas personas que si desaparecen de tu vida, dejarían una pieza menos, insustituible. Las personas que necesitas para poder llorar, las personas que te necesitan cuando debes secar sus lágrimas y transformarlas en una sonrisa, las personas que comparten, sin pedirte nada a cambio, su vida con tu vida.

Y aún con legañas en los ojos, me he puesto a caminar para disfrutar de un día más con todas esas personas que he mencionado anteriormente. Con mis amigos, con mi familia y, seguramente, con algún que otro ser malintencionado que más pronto que tarde me dará una lección de por vida. 

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